Albertina López: El campamento es mi vida

Por Heidy Alachán

– Para mí el campamento es la vida, me dijo.
La observé atónita, enternecida, con alguna lagrimilla pujando.

-Muy bien, respondí, con la voz a medias. Ahora vamos a contar quién es Albertina.

Estaba sentada a mitad del patio con sus seis meses de embarazo en un vestido azul, en plena tarde de sábado. Llevaba el cabello recogido y el rostro sin maquillaje. Me impresionó una y otra vez la firmeza en su mirada para decir doblemente que habían transcurrido solo unos pocos días luego de que fuera encarcelada injustamente por defender el agua.

Me detuve varias veces en sus manos, pequeñas y rústicas, colocadas sobre su estómago abultado por el embarazo y pensaba en cuánta fuerza y cuánta vida contenían.

-Yo nací en Planes de Arena Blanca, en el 76, afirmó. Mi papá es Alejandro López y mi madre, Aida Melgar, ambos aún viven. Mi papá se dedica a la agricultura y mi mamá, siempre ha sido ama de casa. Tengo 9 hermanos, y yo soy la mayor. Ese es el mejor recuerdo de mi infancia, ¿sabe? Haber vivido como una familia unida, funcional. Mis abuelos paternos fueron como mis padres, ellos me enseñaron a creer en Dios y desde entonces siempre he sido católica.

Asentí con mi gesto cuando afirmó eso, yo también me he sentido afortunada por el regalo de la familia. Me acomodé en la silla y pregunté: ¿Y qué pasó con la escuela en ese tiempo?

Sonrió, mientras colocaba su bolso sobre sus piernas.

-Pues yo estudié en la Escuela Juan Lindo, en Planes de Arena Blanca. Siempre recuerdo al profesor Ricardo Mendoza, fue mi maestro por 4 años. Todos los años nos llevaba al río Mezapa a sembrar árboles. Antes de empezar la siembra, nos sentaba a la orilla y nos hablaba de la importancia de cuidarlos, que no debíamos cortarlos y casi como profeta, repetía que en 20 años nos íbamos a quedar sin agua. Ahora que lo pienso, en mi etapa adulta, me doy cuenta que ese fue mi primer acercamiento con el valor de la naturaleza.

Tomé nota de ese último dato. Siempre hay personas que nos marcan la vida, pensé. ¿Y luego de la escuela, cómo fue etapa del colegio?… Me miró, y entre seria y esquiva me dijo: yo estoy estudiando en el colegio ahora. Así que ella continuó:

-A los 14 años me fui para San Pedro. Yo quería estudiar costura y mi tía me iba apoyar, pero debía irme a vivir con ella en la ciudad. Y así pasó, me fui a donde mi tía, estudié costura y en esa época de los 90´s estaban en auge las maquilas. Pedí permiso para iniciar a laborar y así llegué a ser operaria. Al final, que no supe cómo, pero le dediqué 14 años a la maquila. Fue una bonita experiencia, aprendí a convivir con la gente y a cuidarme sola. En ese tiempo y en ese entorno había mucha droga y mucha prostitución. Me tocó saber cómo y con quién caminar para cuidarme de todo eso.

A los 21 años tuve mi primer hijo, ahora él ya tiene 20. Luego vinieron los otros, puros varones. Tengo uno de 15, el otro de 11 y este embarazo que llevo 6 meses. Luego de los 14 años en la maquila, decidí devolverme a Planes de Arena Blanca, no me gustaba lo difícil que se estaba poniendo tener agua en la ciudad, recordaba siempre que acá en mi comunidad eso no era problema.

Se escucharon voces en la parte frontal de la casa. Había llegado más gente del campamento a buscar el cafécito de la tarde. Volteó el rostro y continuó:

-¿Qué cómo inició mi historia con la defensa del agua? Con la pastoral social. Mi abuela me enseñó a servir en la iglesia desde muy pequeña, y así crecí. Ya en 2011, me había casado y junto a mi esposo, quien es presidente de la junta de aguas de la comunidad, nos enteramos de que el río había sido concesionado. Nos costó creerlo hasta que un día nos llegó lodo en lugar de agua y fue cuando nos reunimos con otras juntas de agua para accionar. Era todo confuso porque el alcalde, Mario Fuente, en 2013, en plena campaña política se comprometió a proteger nuestros bienes naturales. Cómo nos ha mentido.

Así pasaron varios años, con el proyecto trabajando, nuestro río cada vez más dañado y las comunidades sufriendo las consecuencias. El río que siempre había sido nuestro, el río bondadoso de mi infancia, tenía cada vez menos árboles y menos agua. Por eso después de tocar puertas en todos lados para que nos ayudaran, me decidí. Era la hora de salir a la calle, de sacar toda la fuerza empleada en patronatos, juntas de agua, asociaciones de padres de familia donde tuve cargos de dirección para defender decididamente nuestro río.

Suspiró y entonces mencioné el campamento. ¿Cómo pasó de todo eso a la instalación del campamento? Se puso de pie un momento y estiró la parte baja del vestido, como pretendiendo cubrirse un poco más debajo de la rodilla. Con las manos colocadas sobre uno de los tendederos que cruzaban el patio, siguió relatando:

El 14 de marzo, ya siendo parte del Movimiento Amplio, nos movilizamos todas las comunidades y ya el 22 de marzo decidimos que acá íbamos a quedarnos hasta recuperar nuestro río. Y acá estoy. No puede pasar un día sin que venga. Yo defiendo el agua porque estoy convencida de que el agua es vida, ¿sabe? Mi consciencia me dice que estoy llamada a defenderla, que es tarea de todos y no de unos pocos.

Me encarcelaron y acusaron por defender el agua, como si fuera un delito. Me indigno cuando pienso que en este país los delincuentes y corruptos andan libres y a quienes defendemos el agua nos tildan de delincuentes. Pero por eso también lucho, porque necesitamos transformaciones profundas, para hacer que todo eso un día cambie.

Albertina, le dije, y me observó de inmediato. ¿Qué diría desde su experiencia defendiendo el agua?

-Que no tengan miedo porque paraliza e intimida. Cuando yo inicié esta lucha, sabía que no iba a ser fácil, pero asumí todos los riesgos y ahora también asumo los señalamientos injustos. No soy delincuente. Yo ya no podría decir que abandono la lucha, porque el agua es mi vida, este campamento es mi vida y si lo abandono, todos mis años quedarían perdidos.

Sonreímos llenas de complicidad y ternura. Extendió sus manos, llenas de fuerza y vida y me abrazó. Excusé ir en busca de café para disfrutar en silencio su existencia.

Me fui con la certeza que un vientre nos une a todas, que son nuestras manos las que mueven el mundo y de nuestra fuerza se nutre la esperanza. Que estamos en todas partes, miles de Albertinas «levantando en andamios la esperanza» en este paísito de amores y dolores y en este mundo nuestro que siempre cabe acurrucado en el pecho.

Me fui con la certeza de que hoy más que nunca, seguimos hilvanando la historia, pero nunca más desde el silencio, porque podemos y debemos decir nuestros nombres, porque podemos contarnos unas a otras y decir que desde nuestros vientres se teje la esperanza de los otros mundos posibles.

Agosto, 2017

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